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  • Foto del escritorRoberto Gutiérrez

Brian De Palma y el arte de matar.

Actualizado: 25 oct 2018

"Todo en este mundo tiene dos caras. El asesinato, por ejemplo, puede verse por su lado moral (...) o puede verse desde el punto de vista estético, como lo llaman los alemanes, es decir, en relación con el buen gusto (...) La gente empieza a darse cuenta de que en la composición de un bello crimen intervienen algo más que dos imbéciles, uno que mata y otro que es asesinado, un cuchillo, una bolsa y una callejuela oscura. Un designio, señores, la agrupación de las figuras, luz y sombra, poesía, sentimiento, se consideran ahora indispensables para intentos de esta naturaleza".


Thomas de Quincey, "Del asesinato considerado como una de las bellas artes", 1827.


"Yo robo de todas las películas que se han hecho".


Quentin Tarantino.



En el set de Vestida para matar (1980).

Uno de los mayores placeres de todo cinéfago consiste en, cuando te lo pide el cuerpo, revolcarte en el fango de la serie B, rebuscar entre esa masa ingente de películas olvidadas hechas con restos de celuloide barato y actores que parecen sacados de un casting de cine x…. y de vez en cuando encontrar sorpresas impagables.

Durante uno de estos ataques de cinefagia decidí visionar una película cuyo título nos remite inevitablemente al más puro giallo: Una lagartija con piel de mujer (Una lucertola con pelle di donna, 1971), de Lucio Fulci. La sorpresa llegó nada más empezar: Una mujer camina por el angosto pasillo de un tren completamente vacío. De repente el lugar está atestado de gente. Cuando la mujer consigue avanzar descubre que ya no está en el tren sino en un largo corredor blanco en el que todo el mundo está desnudo, salvo ella. Presa del pánico huye hasta que se precipita por un agujero en el suelo. Al final de su caída se encuentra con la imagen de una atractiva rubia desnuda que se ríe de forma compulsiva. La rubia le quita la ropa y ambas se tumban en una enorme cama con sábanas de color bermellón. Pasamos a un primer plano de la protagonista, que parece estar muy cerca del orgasmo, para después acto seguido, en plano cenital, a la misma mujer, sola en una cama de sábanas blancas, muy cerca de alcanzar el clímax.

Lo realmente interesante, y que hizo saltar mis alarmas cínéfilas, fue la escena que vino justo después: La mujer acude a su psicoanalista y le cuenta su sueño erótico/terrorífico, así como la insatisfacción que siente con su vida sexual en su matrimonio. Aquí vinieron a mi mente sin remedio Michael Cane, Angie Dickinson y… Brian De Palma.



Es cuanto menos sospechoso el tremendo parecido del comienzo del film de Lucio Fulci y el inicio de Vestida para matar (Dressed to kill, 1980). A ambos les separan 9 años, por lo que De Palma, avezado cinéfilo, tuvo tiempo más que de sobra para encontrarse con este giallo en algún cine de doble sesión de Manhattan (me gusta que pensar fue que en Chinatown, concretamente). O tal vez el bueno de Brian no ha oído hablar en su vida de Fulci ni de esta peli de la lagartija. Quién sabe. El caso es que Vestida para matar fue un gran éxito de público, uno de los mayores de la carrera de de Palma, pero un fracaso de crítica. Las reseñas de la época hablaban mucho de cómo de Palma copiaba como un mal estudiante a Hitchcock, pero ninguno vio la evidente influencia del giallo sobre todo el film. En palabras del propio De Palma: “En lo que a mí se refiere, sólo veo en esa película una cosa tomada de Hitchcock, y es la idea de matar a la protagonista al cabo de 20 minutos; es el único recurso del que tengo conciencia”.Vestida para matar arrasó en los premios Razzie, algo muy digno del gran giallo que es. Estar en los Oscar habría sido de mal gusto.



El caso es que tiempo después, di con otro giallo que me confirmó aún más todo esto: Las lágrimas de Jennifer (Perché quelle atraje goce di sangue sul corpo di Jennifer? /The case of the the Boody Iris, 1972), de Giuliano Carnimeo. Este film no es especialmente interesante, salvo por una escena: el asesinato dentro de un ascensor, muy similar a la muerte del personaje de Angie Dickinson en Vestida para matar. Tan increíblemente similar que la película de Brian De Palma copia casi plano por plano la escena, aunque con mucho más talento en la planificación que Carnimeo (algo que emularía su alumno aventajado y admirador confeso Quentin Tarantino en tantas ocasiones). Tras ver esto ya me perece inevitable referirse a Vestida para matar como un giallo en toda regla, tal vez el primer Neo-giallo de la historia.



Como ese cajón de sastre que es el giallo es casi infinito, aún hubo un giro final en esta relación de Vestida para matar y el subgénero italiano de terror. En 1982 Lucio Fulci rodó en la ciudad de residencia de Brian De Palma una película llamada El descuartizador de Nueva York (Lo squartatore di New York, 1982). Podría verse como una película más sobre asesinos en serie, pero la puesta en escena de Fulci consigue elevar el film a cotas de placer cinéfago impagables, creando un extraño híbrido entre giallo y slasher. En la escena más brillante del film una chica huye del asesino ocultándose en un cine. Aquí adjunto la escena en cuestión, pues describirla es perder el tiempo. Es increíble el hecho de que Fulci, como si quisiera devolverle el favor a De Palma en su propio territorio, copie el famoso plano de la mano cortada por la navaja del ascensor de Vestida para matar y posteriormente termine la escena exactamente igual que la escena final del film de De Palma. Con este fascinante juego de espejos es como si se cerrara el círculo de alguna manera.




Como guinda de este diálogo entre el film de De Palma y el giallo se podría añadir un epílogo.

En toda esta historia no podía faltar el hombre que popularizó como nadie este bendito subgénero: Dario Argento. El director romano ha rodado varias películas con su hija Asia como protagonista, entre las que destaca El arte de matar (La sindrome di Stendhal, 1996). En ella, la protagonista decide visitar el museo de los Uffizi en Florencia. Tras contemplar las obras de Botticelli o Caravaggio, Asia se ve tan abrumada ante el cuadro Paisaje con la caída de Ícaro que sufre un colapso (el stendhalazo al que hace alusión el título original). Un hombre ha observado la escena con atención y decide seguirla hasta el exterior del museo y después de hablar con ella unos instantes la acompaña hasta un taxi. Me llama la atención como las críticas que he conseguido leer sobre el film que datan de aquella época hablan de la clara influencia de Hitchcock en la película… cuando a mí esta escena me recuerda muchísimo a la antológica escena del Metropolitan Museum y el guante de Angie Dickinson en… Vestida para matar. O tal vez son sólo imaginaciones mías.


El arte de matar (1996).


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