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  • Foto del escritorRoberto Gutiérrez

Fritz Lang, un prusiano con monóculo.

Actualizado: 3 oct 2018

La breve historia de cómo el creador de Metrópolis, el Dios de la UFA, pasó a ser un currito más al servicio de la maquinaria de los estudios de Hollywood.

Estamos en California, a principios de noviembre de 1935. Una fina lluvia cubre la localidad de Culver City, cuyas calles y avenidas parecen desiertas. Sin embargo, al doblar una esquina al final de Overland Avenue, vemos cómo una muchedumbre se agolpa bajo una enorme puerta de metal sobre la que se puede leer: METRO-GOLDWYN-MAYER STUDIOS. La mayoría son inmigrantes centroeuropeos que acuden al estudio en busca de trabajo. Se les conoce despectivamente en el negocio como ‘Fritzis’. Uno de estos ‘Fritzis’, vestido elegantemente y fumando un enorme puro, observa la escena desde la tercera planta de las oficinas de la Metro. Aparenta unos 45 años y su rostro no transmite emoción alguna. En su mano izquierda sostiene un cuaderno de anillas en el que se puede leer: “FURIA” Escrito por Barlett Cormack y Fritz Lang.

El hombre se da la vuelta y arroja con cierto desprecio el guión sobre una enorme mesa de caoba. Al otro lado del escritorio una mano se extiende y recoge el cuaderno. Se trata de un productor de la Metro, de veintitantos años. “Señor Lang, es obvio que su idea de los espíritus era buena, pero no estamos en 1919 y esto no es El doctor Caligari”. Tras un incómodo silencio, prosigue: “¿Qué le parecen los cambios en el guión?”. Fritz Lang apaga el puro, se ajusta el monóculo y se acerca lentamente al joven productor. Al llegar al borde de la mesa, mirándole fijamente, le dice con su cerrado acento alemán: “Me parece que usted no tiene ni idea de cine, Señor Mankiewicz”.


Tal vez se me haya ido un poco la mano con la dramatización, pero desde que descubrí Furia (Fritz Lang, 1936) no puedo dejar de imaginar a esos dos colosos de la historia del cine en una habitación, discutiendo sobre los pormenores de la producción y lanzándose miradas asesinas. Y realmente había una historia que contar tras esos títulos de crédito.

Joseph Leo Mankiewicz (futuro creador de obras maestras como Eva al desnudo, El fantasma y la señora Muir o Carta a tres esposas) era en ese momento un prometedor guionista de la Metro que quería que Furia fuera su primera película como director. Así se lo hizo saber al magnate Louis B. Mayer, que le dio un consejo que jamás olvidaría: “Debe aprender a arrastrarse antes de poder andar”. Mayer le nombró productor del film. Tocaba buscar director para la película y Mankiewicz se enteró de que Fritz Lang, el visionario director de Metrópolis, estaba sin trabajo. Cuando el jefe de producción de la Metro, Eddie Mannix, supo quién era el elegido para dirigir Furia, se limitó a decir: “Nadie querrá trabajar con ese hijoputa teutón”.

Y es que el director alemán no se adaptaba bien al férreo sistema de estudios de Hollywood. Lang había tenido que salir precipitadamente de Alemania dos años antes, tras una entrevista con el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels. Éste le había propuesto dirigir la industria cinematográfica del Tercer Reich. A la mañana siguiente, sin avisar siquiera a su mujer (guionista de todas sus películas y militante convencida del partido nazi), Lang huye en tren a París. En unos meses había pasado de todopoderoso director y productor en la mítica UFA, a mero empleado a sueldo de los estudios americanos.

Acostumbrado a dirigir los rodajes de forma despótica, Lang se topó de repente con sindicatos de actores, paradas obligatorias para comer, horas mínimas de descanso entre jornadas… cosas de las que Lang jamás había oído hablar.

El guión de Furia se basaba en una historia real ocurrida en el norte de California: una turba incontrolada había sacado de la cárcel a dos hombres acusados de asesinato para después lincharlos. El gobernador de California, como se denunciaría en la película, se jactaba de no haber hecho nada para impedirlo.

Lang estaba fascinado por el proyecto y decidió hacerlo suyo, inmiscuyéndose en cada aspecto de la producción, para desesperación de sus colaboradores. El director alemán veía como cada día sus órdenes eran ignoradas por los directores artísticos y de producción. Mankiewicz tuvo que obligarle a delegar. El joven productor también metió mano en el guión cambiando la profesión del protagonista, eliminado alguna subtrama y ampliando la importancia del personaje femenino. Incluso el final propuesto por Lang sufrió cambios.

Durante el rodaje las cosas no fueron mejor para el director alemán. En la segunda semana de rodaje, el protagonista del film, Spencer Tracy, organizó un motín en toda regla. Se plantó una mañana en el despacho del director exigiendo cambios en los horarios de rodaje y un mejor trato hacia actores y equipo técnico. Tracy amenazó con abandonar la película, llevándose a parte del equipo con él. Lang montó en cólera, pero una vez más Mankiewicz, ese productor sin experiencia veinte años menor que él, le obligó a ceder. El rodaje se retrasó unos días, pero continuó con relativa calma.

El resultado fue un certero retrato del contexto político y social de la época con un profundo discurso intelectual sobre la verdadera esencia de la democracia. Furia hablaba de la fina línea que separa el bien del mal, un tema que fascinó siempre a Fritz Lang y que recorre toda su filmografía. El director alemán consiguió, a pesar de todo, dejar su sello en la película. Furia se convirtió en un gran éxito de público y crítica que afianzó la posición de Mankiewicz y de Lang dentro del sistema de estudios. Sin embargo, para Eddie Mannix, jefe de producción de la Metro, Fritz Lang seguiría siendo un currante más de la Metro, un simple prusiano con monóculo, un hijoputa teutón.

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