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  • Foto del escritorRoberto Gutiérrez

El día que Tourneur reinventó el miedo.


Es medianoche. En el cruce de dos calles una pareja se despide bajo la pálida luz de una farola. “¿Seguro que no quieres que te acompañe a casa?”, dice él. “No te preocupes, no tengo miedo, ya soy mayorcita”, le contesta ella (una de esas frases que anticipan el desastre, ya saben). Se dan un apretón de manos y ella se aleja mientras él la sigue con la mirada. La chica mayorcita se adentra en una solitaria y oscura callejuela que parece no llevar a ninguna parte. Al cabo de unos metros, el sonido de unos pasos que no son los suyos rompen el silencio de la noche. Nuestra heroína aligera el paso, y las pisadas tras ella se aceleran rítmicamente. Segundos después los pasos perseguidores desaparecen. El silencio vuelve a reinar a su alrededor, y una sensación inmensa de pánico se apodera de ella. Se gira aterrada, pero no ve nada. Vuelve a acelerar el paso, presa de un horror inexplicable, hasta que un inmenso rugido se apodera de la escena, paralizándola. Al otro lado de la pantalla de cine el 60 por ciento del público ha dado un brinco en sus butacas, dando un codazo involuntario al otro 40, que ha permanecido inerte pero boquiabierto. Milésimas de segundo después los espectadores comprueban que el rugido no es más que el estridente roce de los frenos de un autobús. La chica mayorcita se queda de piedra mientras el conductor la invita subir. “Señorita, parece que hubiera visto un fantasma!”, le dice él. “¿Usted también lo ha visto?”, contesta ella. Unos matorrales se agitan a lo lejos mientras el autobús se aleja. Los espectadores en sus butacas se acomodan relajados y expectantes. 

Esta escena tenía lugar por primera vez en un cine de Los Ángeles, la tarde del 25 de diciembre de 1942. Qué mejor forma de celebrar la navidad que viendo una peli de terror de serie B, debieron pensar los espectadores de aquél pequeño cine de Palms Boulevard. Lo que no sabían es que iban a asistir a un momento que marcaría el cine de género para siempre. Lo que con el tiempo se ha dado en llamar el “Bus Effect”. 

La escena que hemos comentado pertenece a La mujer pantera (Cat People, 1942), dirigida por el francés Jacques Tourneur (responsable posteriormente de la monumental Retorno al pasado) y producida para la RKO por el ucraniano Val Lewton. Ambos cineastas, acuciados por la falta de medios económicos, se estrujaron los sesos durante semanas pensando cómo podrían asustar al espectador sin mostrar monstruo o amenaza alguna explícitamente. Así, llegaron a la conclusión de que, a veces, sugerir es más terrorífico que mostrar. Empleando armas tan cinematográficas como la iluminación, el montaje y el diseño de sonido crearon esa maravillosa escena para la posteridad. Esta mítica colaboración sería dramatizada por Vincent Minelli en su Cautivos del mal(The bad and the beutiful, 1952), con Kirk Douglas en un papel inspirado en la figura de Val Lewton y Walter Pidgeon como trasunto de Tourneur.  

Para comprobar la influencia de esta escena en la historia del cine avancemos tres décadas en el tiempo, hasta los confines del espacio exterior. 

La teniente Ripley avanza sigilosamente por un pasadizo oscuro y solitario que parece no llevar a ninguna parte. Tras ella, los dos mecánicos de la nave comercial Nostromo observan expectantes cada uno de los rincones del lugar. Ripley sostiene con ambas manos un aparato que emite una serie de pitidos intermitentes, que deben acelerarse en caso de detectar algún ser vivo. Entran en una sala contigua. Los pitidos se aceleran mientras el trío se acerca a una portezuela. Al llegar a ella Ripley desconecta el aparato y se agacha para abrirla. El silencio es total. La puerta se abre y un inmenso rugido se apodera de la escena, paralizándolos. Al otro lado de la pantalla del cine el 60 por ciento del público ha dado un brinco en sus butacas, dando un codazo involuntario al otro 40, que ha permanecido inerte pero boquiabierto. Milésimas de segundo después los espectadores comprueban que el rugido no es más que el estridente maullido de un gato. Ripley, los dos mecánicos y todos los espectadores del cine respiran aliviados. Si Lawton y Tourneur hubieran vivido para ver ese momento, habrían sonreído orgullosos. 

El de esta conocida escena de Alien (Ridley Scott, 1979) es sólo uno de los miles de ejemplos posibles que ilustran cómo aquella escena de aquella película de serie B en apariencia intrascendente, destinada a durar un par de semanas en cartel y luego desaparecer para siempre en el olvido, supuso tal innovación a la hora de transmitir emociones en una sala de cine, que ha sido imitada hasta la saciedad desde aquél lejano 1942. Si buscan en sagas de terror como Halloween, Pesadilla en Elm StreetScream encontrarán ejemplos del Bus Effect, mejor o peor ejecutados, por todas partes. 

Si revisan sus películas de terror favoritas, busquen la huella de Lawton y Tourneur, la marca de la mujer pantera, y estoy convencido de que la encontrarán. 

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